No era yo

lunes, enero 23, 2006

… como siempre, tarde, y yo, como siempre, busco un lugar donde esperarlo. Siempre lo espero. Tal vez porque no tengo a nadie más, porque sin él estoy aún más sola.
Caminé por entre las bancas del aeropuerto arrastrando las maletas. Ningún lugar vacío. Eran ya muchas horas de viaje desde que salí de la ciudad de México. A pesar del cansancio aún había una chispa de ánimo que me hacía ser amable con los extraños. Pensé por un rato en dónde podría esperarlo. Me dirigí a la cafetería, escogí una mesa. Una dos equis por favor. En la mano un cigarro y la vi entrar. Ella esperó a que se desocupara una mesa. Se sentó casi frente a la mía. Yo traté de concentrarme en mi lectura. Saqué una novela que leía en aquellos días con la intención de que el tiempo pasara más rápido. Pero nada. En fin, algo en ella me intrigó. No pude evitar verla de reojo, por encima del libro. Cabello rizado color chocolate, ojos negros rasgados, piel morena, estatura mediana. Traté de encontrarle algún parecido, nada. Volví al libro: “… en fin, no, aún no es el fin, es el principio de todo. Ella no lo sabe, pero ahí está. Es ese el instante. Después, el agua que corre por su garganta…”
Me interrumpió el timbre del celular. Sí. No te preocupes, relájate y vente con cuidado. Ella también sacó un libro. Intenté distinguir el título pero mi vista no alcanzó. Leía abstraída, ignorando todo a su alrededor. Con una concentración que en esos momentos era envidiable para mí. Encendí otro cigarro, una cerveza más, por favor. Aproveché para observarla, fingiendo no verla. Regresé la vista a mi lectura ya con su fotografía en la memoria: “…el humo del cigarro que sale de su boca, el dedo dando vueltas al anillo, todos sus movimientos indicando algo que nadie sabía. Y eran iguales…”
Mientras leía, fumaba, dando vueltas al anillo en su mano. La cabeza me dolía y esa mujer ahí, sola, seguía leyendo, hambrienta, se mordía las uñas y el cigarro siempre en la boca. Yo, llena de curiosidad: a quién me recuerda, qué leerá que la tiene así, tan abstraída. Sacó una pluma y comenzó a escribir sobre el libro. Un trago de cerveza me ayudó a desviar la atención por unos segundos. No quería molestarla. Ella leyendo y escribiendo, mientras, yo, con el libro abierto, no hacía otra cosa que pensar en…. Subrayé lo último que leí y cambié de página: “… sin embargo, moría poco a poco en esa soledad, sentada en esa silla, sin que nadie se diera cuenta. A pesar de todo lo vivido nunca había pasado por algo similar…” Ella me miró y sonrió con complicidad. Descolgó su bolso de la silla, se levantó de la mesa y se puso de pie. Me distraje unos segundos y ella se había ido. Olvidó su libro en la mesa. Me levanté tan rápido como pude, fui por el libro y salí corriendo. Demasiada gente, imposible encontrarla.
Regresé a la mesa desilusionada. Vi el libro en mis manos y recordé que ella había escrito en él. Al abrirlo pude leer: “No eres tu, soy la otra.”


De Antoología (2006) by me

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